Los origenes de Marcelino

Marcelino Champagnat, padre marista francés, es el fundador del Instituto de los Hermanos Maristas de las Escuelas o Hermanitos de María. El encanto que produce su persona no nace de una primera impresión sino de una presencia continuada y sencilla. Como María de Nazaret, se mueve en la discreción. Su riqueza interior es de profundo calado y son contagiosos su dinamismo personal, su alegría, su espiritualidad mariana y su confianza en Dios. Los niños y jóvenes son sus amigos y le tienen un cariño especial. Los hermanos, a los que tanto ama, son los herederos de su espíritu. Su itinerario de fe le conduce hasta la primacía del amor, que en esto consiste la santidad.Las raíces de una historia Rosey es una aldea del ayuntamiento de Marlhes, Francia. El lugar de montaña, muy atractivo, da escaso margen al desarrollo humano; las condiciones son poco fáciles para la cultura y la relación; la vida, ruda. El calendario señala el año de la Revolución Francesa: 1789. El 20 de mayo, María Teresa Chirat, casada con Juan Bautista Champagnat, da a luz a su noveno hijo. Al día siguiente, jueves de la Ascensión, el bebé es llevado a la pila bautismal y pasa a llamarse Marcelino José Benito.Se vislumbra la aurora de una nueva época. El Antiguo Régimen se deshace en jirones. Juan Bautista, su padre, hombre abierto, acogedor, comprensivo y con espíritu de iniciativa, toma el pulso de la historia participando en primera fila. Posee elevado nivel de instrucción para su tiempo. Su escritura impecable, su facilidad de hablar en público, así como su capacidad de dirección, son prueba fehaciente. Ejerce diversas funciones y cargos como juez de paz y obtiene el primer lugar en la votación como delegado. Debe prodigarse en actuaciones públicas. Pese a servir a los ideales revolucionarios, encuadrado dentro de los jacobinos, partido de extrema izquierda, da prioridad a las realidades concretas de su pueblo, salvaguardando los intereses de sus habitantes. Mientras se suceden estos avatares políticos, Marcelino convive estrechamente con su madre, que se dedica al comercio de telas y encajes, debiendo completar el negocio con la agricultura y los trabajos del molino. María Teresa es un instrumento de moderación y equilibrio en la vida de su esposo. Su temple recio, ser mayor que su marido y su competencia en la economía familiar y en la educación, le facilitan la tarea. Educa con esmero a sus hijos, acentuando los valores de la piedad, del trato social y del espíritu sobrio. Su tía, Luisa Champagnat es religiosa de San José, expulsada del convento por la Revolución. 
La impronta que deja en el joven a través de las plegarias, las lecciones y los buenos ejemplos, es tan profunda que, con cierta frecuencia, la recuerda con agrado y gratitud. A la edad de seis años, le pregunta: Tía, ¿qué es la revolución? ¿Es una persona o una fiera? En su ambiente resulta casi imposible sustraerse al palpitar de la historia.La educación de Marcelino se lleva a cabo en la encrucijada de las nuevas ideas, aportadas por su padre, y de la espiritualidad profunda y tradicional, transmitida por su madre y su tía. En el seno de su familia, los problemas del siglo son vividos con toda su agudeza, recibiendo una solución moderada, pero positiva y siempre favorable a las personas
antes que a las ideologías. Respira el sentido de la fraternidad viviendo codo a codo con sus hermanas y hermanos.Una herida luminosaDios se sirve a menudo de las páginas oscuras de nuestra historia, de nuestras heridas de la vida, para hacer surgir una fuente de luz. Marcelino vive una situación escolar muy deficiente. Dos experiencias negativas le producen un fuerte impacto. Su tía le enseña los rudimentos de la lectura con resultados decepcionantes. Sus padres deciden enviarlo al maestro de Marlhes, Bartolomé Moine. El primer día que se presenta en clase, como es excesivamente tímido, el maestro lo llama junto a él para hacerle leer. Mientras acude, se le anticipa otro escolar. El maestro propina una sonora bofetada al niño que se le quiere adelantar, y lo despacha al fondo del aula. Este acto de brutalidad produce un trauma al recién llegado, aumentando su miedo. Se rebela interiormente: No volveré a la escuela de un maestro semejante; al maltratar sin razón a ese niño, me demuestra lo que me espera a mí; por menos de nada, podrá tratarme igual; no quiero pues, recibir de él lecciones y menos aún castigos. Pese a la insistencia de su familia, no vuelve a la escuela. El primer día de clase es el último.Tras este fracaso escolar, aprende la vida en la escuela de su padre. Lo sigue por doquier y realiza todos los trabajos necesarios para el mantenimiento de una granja. Se entrega con entusiasmo a todas estas ocupaciones, movido por su temperamento dinámico, su amor al trabajo manual, su espíritu de iniciativa, su sentido práctico y su fortaleza física. Marcelino posee, además, un buen carácter. Las madres, que valoran más la sabiduría que la instrucción, le proponen como modelo para sus hijos. Al mismo tiempo, crece en piedad y virtud en la escuela de su madre y de su tía y recibe a los once años la primera comunión y el sacramento de la confirmación.Otro hecho, ocurrido en una sesión de catequesis, le impresiona profundamente. Un sacerdote, cansado por la disipación de un muchacho, lo reprende y le da un apodo. El niño se queda quieto, pero sus compañeros no echan el mote en saco roto. A la salida, se lo repiten. Su enfado agudiza la agresividad de sus compañeros. Se vuelve hosco, huraño, duro. Años más tarde, Marcelino dirá: Ahí tenéis el fracaso de la educación: un niño expuesto, por su mal carácter, a convertirse en suplicio y tal vez en azote de la familia y del vecindario. Y todo, por un movimiento de impaciencia que hubiera sido fácil de reprimir. La fundación del Instituto de los Hermanos Maristas será su respuesta de fe a sus carencias educativas y a la situación escolar de Francia, que adquiere caracteres dramáticos. En el año 1792 se suprimen todas las congregaciones religiosas. La instrucción pública es nula. La juventud tiene delante de sus pasos el camino de la ignorancia y del desconcierto. Pocos años después el siglo XIX abrirá sus puertas. Será el siglo de la escuela, a la que Marcelino contribuirá de manera notable.Su vocación: Acertaré puesto que Dios lo quiere. La carencia de sacerdotes es evidente. Urge fomentar vocaciones y fundar seminarios. Un eclesiástico quiere reclutar alumnos para el seminario. El párroco lo orienta a la familia Champagnat. Juan Bautista no sale de su asombro al conocer los motivos de la visita: Mis hijos no han manifestado jamás deseo de ir al seminario. 

Contrariamente a sus hermanos, que rehusan la invitación, Marcelino se muestra dudoso. El sacerdote lo examina de cerca y le encantan su ingenuidad, modestia, y carácter abierto y franco: Hijo, tienes que estudiar y hacerte sacerdote. ¡Dios lo quiere!. Marcelino decide ir al seminario. Su opción nunca será revocada.Su vida toma otro rumbo. Sus proyectos, vinculados al comercio y a los negocios, se van abajo. La determinación de ir al seminario exige otros requisitos: aprender latín además de leer y escribir francés. Su lengua materna y habitual es una variante del occitano: el franco-provenzal. Sus padres, atisbando las dificultades, pretenden disuadirlo. Todo es inútil. El objetivo está claro: ser sacerdote.Juan Bautista, su padre, muere repentinamente. Marcelino tiene 15 años. Se dedica de nuevo a los estudios. Recuperar a esa edad el tiempo perdido constituye una empresa de titanes. Acude a la escuela de Benito Arnaud, su cuñado. Pese al esfuerzo de ambos, los progresos resultan escasos. Pretende hacerle desistir. En la misma línea va el informe que da a la madre de Marcelino. A pesar de las dificultades, él se afianza en su vocación. Reza frecuentemente a san Francisco Regis y peregrina con su madre al santuario mariano de La Louvesc. La decisión es irrevocable: Quiero ir al seminario. Saldré airoso en mi empeño, puesto que Dios me llama.😁

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